Crónica de pobres amantes
Archivado en: Cuaderno de lecturas, sobre "Crónica de pobres amantes", de Vasco Pratolini
Mi interés por la narrativa italiana es limitado, desordenado y disperso. Aun así, leí con sumo gusto al Alberto Moravia de El conformista (1951), al Carlo Emilio Gadda de El zafarrancho aquel de Vía Merulana (1959), al Leonardo Sciascia de El archivo de Egipto (1959) o al Gesualdo Bufalino de Perorata del apestado (1981) y Las mentiras de la noche (1988). Me entusiasmó el Giuseppe Pontiggia de Vidas de hombres no ilustres (1995), el Dino Buzzati de El desierto de los tártaros (1940) y el Italo Calvino de El barón rampante (1957). El vizconde demediado (1952) y El caballero inexistente (1959), también de Calvino, ya me conmovieron menos.
Completa mi paquete lecturas italianas Crónica de pobres amantes (1947) de Vasco Pratolini. Me la regaló mi madre hace veinticinco años, junto con el resto de las Obras Maestras de Literatura Contemporánea de Seix Barral, una de mis más preciadas colecciones.
Aunque al hablar de neorrealismo suele pensarse en las primeras -y magistrales- cintas de Rossellini, de Sica y Visconti, lo cierto es que más que una corriente estética, el neorrealismo fue todo un movimiento espiritual que tuvo en la fotografía y en la narrativa dos de sus mejores expresiones. Concebida como la historia de los Ángeles Custodios -escribe el autor en la pág. 17 de mi edición (Seix Barral, 1984), Crónica de pobres amantes es una de las ficciones canónicas de esa narrativa neorrealista. Di cuenta de ella en diciembre de 2000.
"Cuatro muchachas, más o menos de la misma edad, habían crecido juntas en casas contiguas de vía del Corno".
Aurora Cecchi -hija de un barrendero-, Milena Bellini -hija de un ujier del juzgado-, Bianca Quagliotti -hija de un vendedor de almendras garrapiñadas- y Clara Lucatelli -hija de un cavador- son las principales protagonistas de los amores pobres a los que alude un título que no es modo alguno una metáfora. Las mezquindades, y a veces las grandezas, del sentimiento amoroso sirven de móvil para construir una novela coral en torno a la calle referida en la Florencia de 1925 y 1926. Son estos los años de asentamiento del fascismo y sobre la violencia de los camisas negras tratan las páginas que más me interesaron de esta novela ejemplar.
Fue la Señora, una misteriosa mujer respetada incluso por los fascistas y la policía, quien dio su apodo ese apodo de "Ángeles Custodios" a nuestras cuatro Mac Guffin. Es el episodio dedicado al pasado de la inquietante dama el primero que me ha cautivado: Bella como fue, en un momento dado -creo recordar que obsesionada por el carácter efímero de la belleza, el paso del tiempo o algo por el estilo-, decidió retirar cuantos retratos de ella obraban en poder de otras personas. Puesta a ello, no le importó acostarse con el poseedor del último y narcotizarle para robárselo. Convertida en lesbiana -lo que sólo se nos explica sutilmente- será la madrina de las cuatro jovencitas.
El destino de Aurora es el más triste. Seducida por Nesi, el carbonero, éste la convertirá en su amante. Pero a ella quien la inspira es su hijo. Tras quedarse embarazada, Nesi la pondrá un piso, la asignará una renta y empezará a pegarla sin más motivos que sus celos y sus suspicacias. Cuando el cruel carbonero se rompe una pierna, será Otelo, su hijo, el encargado de llevarle su asignación a la muchacha. Así las cosas, el sentimiento cercenado con anterioridad vuelve a surgir entre ellos y la pareja decide fugarse. Ésta será la puntilla para el viejo Nesi, quien viéndose privado de su autoridad acabará muriendo.
De regreso a vía del Corno, Otelo dejará de sentir por Aurora lo que sentía. Aunque se casa con ella y reconoce al hijo de su padre -es decir, a su hermanastro-, acabara reproduciendo el mismo esquema del viejo Nesi. Su querida será Liliana, la mujer de Giulio. Delincuente en libertad condicional al principio de la narración, Giulio acabará en la cárcel, delatado por la Señora, al estar implicado en un golpe que se ha dado en vía Bolognese.
Aurora, aún joven, como recalca Pratolini, se dedicará a cuidar de la carbonería mientras consiente a su marido su lío con Liliana.
En paralelo, puesto que la historia de Aurora y Otelo se desarrolla a lo largo de toda la novela, los fascistas matan a Maciste, el herrero comunista, durante lo que ellos llaman la Noche del Apocalipsis. Esto es, durante una cacería de disidentes organizada por las escuadras del fascio. Caen sobre Maciste cuando va en su nueva moto a avisar a un compañero de que los camisas negras le están buscando. Dichas páginas, como ya he apuntado, constituyen uno de los mejores fragmentos del libro.
Ugo (sic), un vendedor de fruta ambulante -también militante del PCI y en un primer momento enemigo del herrero por cuestiones de militancia-, será herido en la misma ocasión. Refugiado en casa de la señora, acabará enamorándose de Gesuina, la criada de entonces de la dama. Antes de ser detenido por la policía vivirá con Gesuina otro de los amores colindantes a las crónicas principales.
Maciste no será la única víctima de los sicarios de Mussolini, aquí personificados en Carlino y sus acólitos. El charcutero, un hombre apocado que sin ser rojo se niega a pagar al fascio, recibirá una paliza por parte de estos que acabará por llevarle a la tumba. Milena, su esposa, le confesará en el lecho de muerte que durante los últimos tiempos de la enfermedad que le ha tenido postrado desde la agresión ha tenido un amante y él morirá satisfecho de que su mujer no dedique el resto de su vida a llorarle.
Milena está enamorada de Mario, el novio formal de Bianca cuando empieza la narración. El sentimiento de Mario será fugaz. Acabará dejando a Bianca por Milena porque "cuando se es joven uno puede equivocarse". Cuando van a detenerle -Mario también es simpatizante comunista-, Milena huye con él de vía del Corno. Buscan refugio en el pueblo donde lo ha encontrado la viuda de Maciste.
Anteriormente, la Señora ha heredado una gran fortuna del hombre a quien quitó su último retrato. En venganza a la actuación de la calle en un fragmento que me ha recordado la escena de la muerte de Bubulina en Zorba el griego (1964), la inolvidable cinta de Michael Cacoyannis, compra todas las fincas dispuesta a echar de ellas a sus inquilinos.
Antes de ver cumplidos sus deseos, la Señora pierde la razón. Habida cuenta de que todo su interés radica en dedicar gestos obscenos a cuantos hombres la visitan y a escupir desde el balcón a sus vecinos, su administrador decide no echar a nadie de su casa.
La novela termina con Musetta, la hermana menor de Aurora, elogiando vía del Corno en un dialogo mantenido con un pretendiente que la corteja.
Escrita en primera persona del plural y en presente, el procedimiento produce al lector la sensación de encontrarse ante uno de esos narradores que, entrando en campo en determinadas secuencias, nos introducen en las tramas de algunas películas. Obra en verdad notable, no es baladí que su autor -a buen seguro comunista- sea considerado uno de los máximos representantes del neorrealismo literario italiano. Construir una crónica del quinto año de la Nueva Era, merced a los amores de un barrio popular, es una genialidad ante la que me descubro. Ésta fue una de mis mejores lecturas del 2000.
Publicado el 17 de diciembre de 2011 a las 02:30.